Pregón de la Semana Santa Sierra de Yeguas 2.024
Este pregón fue organizado y presentado por la Antigua, Humilde, Fervorosa
y Muy Venerable Hermandad y Cofradía del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y
María Santísima de la Esperanza, el sábado pasado día 17 de febrero de 2.024, siendo
pregonera, Dña. Maria del Mar García Reina, hermana de dicha cofradía, en
la Parroquia Inmaculada Concepción de nuestra localidad.
No me alcanza la memoria a
poner fecha ni momento, a la primera vez que me puse ante Vosotros, Santísimo
Cristo de la Vera-Cruz y Mª Santísima de la Esperanza, lo que sí sé que de tu
mano fue, Papá. Y desde aquel entonces, en mi corazón creciendo ha ido ese
sentimiento de alegría, nostalgia, respeto y emoción, que se avivan en días
previos a nuestra Semana Santa, y siempre es la memoria, con sus infinitos
recuerdos, los que me llevan a mi casa, donde nací, de donde mana esta pasión
que tengo y que llevo con un inmenso orgullo silencioso que me hace mantener
mis principios cofrades.
Las lágrimas, a veces, a mí
misma me delatan, como reguero que llega a mi corazón, con un rigor implacable
tantos momentos de aquellos primeros y formidables años en los cuales ya iba
tomando conciencia de que se formaba de manera inequívoca mi alma cofrade.
Tenía para ello maestros incansables en ese afán, que sin decir nada, testigos
mudos, toda aquella enseñanza me llegaba, mi padre, mis hermanos y mi madre. Y
momentos como el sol que nos alumbra, que nos da la vida, todos los días de nuestra
existencia, ahí se encuentra y no nos dice nada de modo que todo este sentir
que se ha forjado en mí, este ser cofrade, ese amor por mi hermandad, esta
insigne tradición, es gracias a ellos. ¡Cuánto les debo! Por todo lo dicho,
porque sé que estáis aquí, por razones infinitas y poderosas debo este enorme
legado llevarlo a casa, a mis sobrinos, a mis hijas y a mis nietos, así lo hago
día a día, momento a momento. Me lo dicta el corazón. Y que no sea por mí, que
no sean cofrades si así lo quieren, porque yo a vosotros, mis mentores, os lo
debo.
MARCHA PROCESIONAL: ESPERANZA
DE MARÍA
Reverendo párroco D. Francisco
del Pozo, Excelentísimo Alcalde D. Miguel Ángel Sánchez, comandante de puesto,
señor juez de paz, concejales, hermanos mayores, pregoneros de nuestra Semana
Santa, cofrades, querida familia y amigos todos. Buenas tardes.
Me gustaría pedir perdón,
porque aun sabiendo que no estaré a la altura de los pregoneros que me
precedieron, he aceptado ser vuestra pregonera este año por la fe tan grande
que siento por mis titulares, Santísimo Cristo de la Vera-Cruz Y María
Santísima de la Esperanza.
Gracias a mi familia que me
acompaña en todos los momentos importantes de mi vida, porque desde que nací no
hay un solo día en el que no haya sentido su amor, que a golpes de besos y
cariño me adentraron en la maravillosa fantasía de mi niñez, con respeto e
intachables valores me abrieron de par en par las puertas de mi adolescencia, y
con su impecable ejemplo me acompañan en mi madurez. Gracias no habría podido coger
mejor familia para mi vida aquí.
Gracias a mis hijas, Macarena,
Celia y Paula, eje central de mi vida, me siento muy afortunada por teneros
siempre a mi lado. A Curro por ser mi compañero infatigable de la vida, gracias
por tu ayuda que ha elevado enormemente la calidad literaria de este pregón,
sin ti no hubiese sido capaz de estar hoy en este atril como pregonera.
Dicen que quien tiene un amigo
tiene un tesoro, y yo encontré dos, Montse y José Agustín. ¿Cómo agradeceros
todo lo que habéis hecho por mí desde que me enteré que iba a ser la próxima
pregonera? Profundo agradecimiento y sincera gratitud por la inestimable ayuda
que me habéis brindado en la elaboración de mi propio pregón. Vuestra
generosidad al compartir vuestra experiencia y sabiduría ha sido fundamental en
este proceso creativo, y no puedo expresar lo suficiente mi aprecio por vuestro
apoyo.
Vuestras palabras
inspiradoras, consejos y ejemplos emocionantes han iluminado mi camino y han
sido la chispa que necesitaba para dar vida a mis propias ideas. Vuestra
dedicación y pasión por el arte de pregonar no solo me han enseñado técnicas
valiosas, sino que también han avivado mi propia llama creativa.
Agradezco sinceramente el tiempo que habéis
invertido en compartir vuestros conocimientos y experiencias conmigo. Vuestra
guía ha sido un regalo invaluable que ha enriquecido mi proceso de creación y
ha contribuido significativamente a la calidad de mi pregón.
No solo estoy agradecida por
vuestra ayuda práctica, sino también por el espíritu colaborativo, la alegría,
la frescura y sinceridad que ha caracterizado nuestra interacción. La
solidaridad entre pregoneros es un tesoro que fortalece nuestra comunidad, y
estoy agradecida por formar parte de ella.
Espero que en algún momento
pueda corresponderos de la misma manera, ya sea compartiendo mis propias
experiencias o ayudando a otros aspirantes a pregoneros. Vuestra generosidad ha
sido un recordatorio de la importancia de apoyarnos mutuamente en nuestros
viajes creativos.
Nuevamente, gracias de todo corazón
por vuestra contribución inestimable. Estoy emocionada por la oportunidad de
seguir aprendiendo y creciendo en este apasionante mundo del pregón, inspirado
por vuestro legado y guiado por vuestros consejos.
A mi hermandad y a sus
directivos. Es un honor y un privilegio haberme otorgado esta responsabilidad y
confianza.
Cuando recibí la noticia de
que había sido elegida para ser la pregonera de nuestra hermandad, mi corazón
se llenó de emoción y gratitud.
Cada uno de vosotros ha
contribuido de alguna manera a mi experiencia, haciendo que esta hermandad sea
un hogar para mí. Hoy, al estar frente a ustedes, no solo veo caras familiares,
sino corazones comprometidos.
Quiero agradecer a cada
miembro de nuestra hermandad por confiar en mí para ser su voz en este
importante evento. Prometo llevar este papel con la dignidad y el respeto que
merece nuestra querida hermandad.
Este cargo no solo es un
reconocimiento personal, sino un recordatorio de la responsabilidad que
compartimos como miembros de esta hermandad y con nuestra Semana Santa serrana.
Juntos, podemos continuar construyendo un ambiente enriquecedor, lleno de
solidaridad y crecimiento.
Himno de España.
Semana Santa, tradición, es
olor a pintura, claveles, incienso y magdalenas, es reencuentro con personas
que hace tiempo que no ves. ¡Cómo me gusta ver a los serranos que durante el
año apenas cruzan palabra y esos días son más hermanos que nunca , que van a
una con el mismo fervor hacia esas imágenes que nos han visto crecer, sentir
como nos abrazamos todos unidos por ese amor devoto que nos inculcaron en
nuestras casa a nuestros titulares.
Aunque yo sea la cara que hay
hoy aquí, ellos están conmigo y me acompañan en mi pregón, porque estoy segura
que algo tuvieron que ver para que esto sucediese, mis cuatro ángeles!.
También es sinónimo de fervor,
hermandad y acompañamiento porque así me lo enseñaron y es como siempre lo he
vivido. Desde que nací lo viví en mi casa. Con mi padre siendo hermano mayor
del Cristo todos los enseres de la Hermandad se guardaban allí, tanto es así
que aún recuerdo la caja de madera del antiguo estandarte que siempre creí que
era parte del dormitorio de mis padres.
Recuerdo cómo días previos a
nuestra Semana Santa iban llegando los hermanos a por sus túnicas, guardadas
con tanto cariño, cada una en su bolsa de plástico, con su nombre, a la que yo
iba corriendo a buscar el nombre para poder dársela, mis primeros recuerdos son
un ir y venir de la iglesia a mi casa y de mi casa a la iglesia.
Yo nací y crecí dentro de mi
Hermandad, y aunque yo soy del Cristo, porque mi padre y mis hermanos me lo
inculcaron, también siendo niña, con mis amigas, con la misma túnica negra que
nos vestíamos por la noche del Cristo, lo hacíamos también por la mañana de la
Virgen de los Dolores y por la noche de la Soledad, porque el amor y el fervor
de la Semana Santa, se vive en Sierra de Yeguas, en cada rincón y en cada casa.
Y si Dios lo permite volveré a buscar esa senda donde se condensa mi vida,
porque cumplir años no deja de ser esa bendición que Dios nos regala para que
amanezcamos a otro siglo temporal mientras trascurre nuestra vida terrenal.
Ya están nuestros niños en la
calle, en sus filas, ataviados con sus túnicas cofrades, llenando de alegría y
fervor los momentos previos a la salida de su hermandad. Quedan atónitos y
asombrados cuando ya asoman los varales por la puerta de la iglesia.
Ya se ve al Cristo del Amor y a María
Santísima de la Sierra, y al verlos, miro las caras de mis nietos Juan Manuel y
Thiago, y veo en ellos la continuidad de nuestras tradiciones, con amor,
respeto y fe.
Que todo aquel que crea que
esto se acaba, se equivoca, porque los serranos salimos a la calle para enseñar
cómo se ama a Cristo, llenando todas las esquinas y rincones de este bendito
pueblo. Que todos aquellos que creen que esto termina no saben de nuestro
orgullo, de nuestro proceder, de nuestra seriedad, de nuestro comportamiento…
Tenemos en nuestras manos la
más hermosa y joven de las tareas. El mandato de Jesús de predicar el Evangelio
que se hace realidad en esta tierra, con una capacidad de sugestión capaz de
llenar todos los corazones desde nuestros más remotos recuerdos.
Perseveremos en el recuerdo,
ese que tanto bien nos hace, no dejemos de inculcar a nuestros hijos el amor a
la Semana Santa, dejemos que se inunden sus sentidos desde la pila bautismal,
con esa forma nuestra de ver y querer a nuestra Semana Santa, para cuando el
entendimiento se lo permita le podamos instruir en el amor por Cristo, que con
el esfuerzo aprenderán en esta tierra abonada de pasión. Seamos partícipes de
su ilusión cuando por primera vez pidan su túnica y sintamos esa felicidad que
no encuentra palabra, cuando compartamos con ellos ese primer acompañamiento,
porque en Sierra de Yeguas nace la vida, porque en Sierra de Yeguas nace el
amor , porque en Sierra de Yeguas hay una semana que dura más de siete días.
Dice el refrán, que el que no
estrena el Domingo de Ramos se le caen las manos. Así lo escuchaba yo cada
Domingo de Ramos decir a mi madre. He entendido, con el paso de los años, que
para su generación, con las circunstancias personales de aquellos entonces, qué
mejor día para estrenar, que el día en el que celebramos la entrada de nuestro
Señor de la Bondad en su entrada triunfal en Jerusalén, primer día de Semana
Santa.
Estrenamos ilusión, la misma
que sentimos al acercarnos, siendo niño, de la mano de nuestros padres a la
iglesia a verte salir, la misma ilusión que la primera vez que nos pusimos la
medalla al cuello, la misma ilusión de volver a vestir el hábito penitente como
aquella primera vez que nos moríamos de ganas de que llegara el día de la
salida, la misma ilusión por la que se nos inunda el corazón de emoción con el
sonido de la primera banda de música en la calle o el primer olor a incienso.
Engalanamos nuestros balcones
y ventanas con palmas y ramas de olivos. Todo ello con ese carácter tan
tradicional nuestro, que nos hace inmensamente cristianos ya que viene nuestro
Señor de la Bondad, el Hijo de Dios, a redimirnos de nuestros pecados y a
traernos la paz tan necesaria en estos días.
Dejé la luz del día y, tras el
atardecer...llegó la noche fría. Noche oscura y silenciosa unida por nuestro
gran amor a Ti Santísimo Cristo de la Clemencia y Perdón. Un pueblo va a tu
encuentro, junto a las tres Marías acompañadas de las tres virtudes teologales:
Fe, Esperanza y Caridad. Las velas en las ventanas alumbran tu camino y junto
al sonido de tambores roncos te acompañamos en tu Vía Crucis por las calles de
Navahermosa. Jesús, el hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo, es condenado a
muerte en la cruz, en una negación de la verdad, en un rechazo de seguir el
camino de amor que Dios propone al mundo.
Si nosotros tuviésemos que
escoger en aquel día estar con Cristo como Juan y María, ¿Estaríamos
dispuestos? ¿O estaríamos escondidos donde nadie nos mirase?
¿Escogeríamos por amor a Él
acompañarlo en esa cruz y en esa condena injusta?
Hoy nuestra propia cruz nos
parece muy pesada, y quisiéramos a veces apartarnos de ella, hacerla a un lado,
rechazarla, pero es Dios quien la permite en nuestra vida, para así hacernos
partícipe de este misterio, acompañarlo en su dolor divino y así escoger por
amor estar a su lado.
Señor que aceptas una condena
injusta, concédenos a nosotros y a todos los hombres la gracia de la verdad, y
de acompañarte en tu dolor, cargando cada uno con su propia cruz unidos a ti.
Las mujeres serranas recorren
las calles del pueblo portando velas encendidas. El murmullo de las plegarias y
los pasos delicados de estas mujeres dan forma a una atmósfera de solemnidad y
recogimiento. A medida que avanzan por el camino, se detienen en cada uno de
los altares para rezar y reflexionar sobre las estaciones de penitencia. En
cada uno de los altares se colocan imágenes religiosas que representan momentos
significativos de la pasión de Cristo. La procesión continúa en silencio, sólo
interrumpido por los cánticos y oraciones entonadas por las serranas. A medida
que avanzan, las luces de las velas iluminan el camino e impregnan el ambiente
de una atmósfera mística. La noche cerrada añade un elemento adicional de
intimidad y solemnidad a la procesión.
Las serranas caminan con paso
firme, su rostro iluminado por el resplandor de las velas recuerda el
sufrimiento de Cristo y muestran su fe y devoción. Esta procesión realizada por
mujeres es una tradición arraigada y representa un momento de encuentro
espiritual y reflexión para todas. ¡Silencio, la hora está cerca!
En las calles solitarias y
empapeladas de sombras los serranos portan la Cruz de la Ambrosia. Con
devoción, avanzan en procesión rompiendo el silencio de la noche cerrada. No se
escucha más que sus pisadas, acompasadas y respetuosas. Los rostros, en
penumbra, muestran el peso y la solemnidad del momento, cada uno carga con sus
propias penas, buscando en esta procesión el alivio para su alma agitada.
Lentamente se desliza por las calles, ocupando el espacio con su fervor. Las
saetas se alzan al cielo estrellado, como en eco sagrado de oraciones a media noche.
Sus voces llenan el aire, transmitiendo la devoción que recorre cada uno de los
serranos que avanzan en la procesión. El cántico y los rezos se fusionan
creando un ambiente de recogimiento, reflexión y fervor. En los altares los
serranos se detienen, rezan con amor y esperanza, esperanza que nunca pierden.
Sus plegarias se elevan hacia lo divino, en busca de consuelo y redención. Cada
uno encuentra en la fe un reencuentro con su propia esencia. El Vía Crucis de
la semana de pasión se hace presente en cada paso, en cada mirada, en cada
suspiro contenido. Cada estación del camino de dolor y sacrificio es
representada con amor y devoción. Los hombres, los serranos se sumergen en el
sufrimiento de sus Señor, sintiéndose parte de ese sacrificio que los redimió.
En medio de la oscuridad de la noche el alma de estos hombres se iluminan con
la antorcha de la fe. En silencio.
Amanece el jueves…
Desde que tenía 15 años los
Jueves Santos cambiaron, mi hermano Cristóbal junto a Alonso, o como todo el
mundo lo llamaba "Carlón", el hermano mayor de la Hermandad, vinieron
en busca mía, querían que al cristo lo acompañasen mujeres vestidas de
mantilla. Aunque en un principio me resistí a la idea, su insistencia me
convenció.
Y desde ese instante me hice
cargo de comprarlas y buscar quien nos la pusiese y como no, reunirnos en mi
casa para ponérnoslas. El primer año tuve que echar mano de mis hermanas y
sobrinas, como tantas veces…
Éramos solos 6 y ahí comenzó
mi aventura con las mantillas de mi hermandad…. y hasta hoy, no ha habido
Jueves Santo… sin mantillas. Los primeros años, nos tenían que ayudar, no era
fácil para una niña de 15 años, ponerse una teja y una mantilla.
Pero como buenas vecinas y
hermana, Loli Lucas y su sobrina Carmen María, venían cada tarde de Jueves
Santo a mi casa, a ponerlas. Mi madre, encantada de que su casa se volviera a
llenar de hermanas de mi hermandad se pasaba todo el día en la cocina, para que
a las Mantillas, no les faltara de nada.
A las 5 de la tarde, era la
hora elegida para empezar… Una a una iban llegando… y en el ambiente ya
empezaba a sentirse la emoción… -”¡Venga, vamos a empezar que no nos da
tiempo!” nos decíamos unas a otras.
Al rato, llegaba mi hermano
Cristóbal: -“Venga Mari… ¿qué os queda? Que la banda ya mismo está aquí por
ustedes”.
¡Ay! Que no daría yo, por
volver a escuchar aquellas palabras… Abríamos el balcón, para poder escuchar a
la banda llegar, y ver ese ajetreo de hermanos con túnicas blancas y negras
andando por las calles.
-“¡Ya es la hora! Nos decía mi
hermano- todas colocadas en fila desde dentro de la casa, para salir en orden.
Recuerdo, la cara de mi madre,
orgullosa, cuando nos veía a todas vestidas de mantilla, salir de su casa.
Las vecinas apostadas en la
puerta, a ambos lados, para vernos.
Hoy soy yo la que me siento
orgullosa de ver a mis hijas y sobrinas, vestidas de mantilla.
SAETA
A ti, Señor de la Humildad,
ahora que me dispongo a ensalzar tu divina presencia en nuestro pueblo, ahora
que te quiero pregonar, descubro que siempre estuve bajo los faldones de mi
hermandad, enredada en innumerables tareas que hay que hacer siempre,
privándome de la dicha de deleitarme con tu presencia y no te he podido
disfrutar.
A pesar de esto en mi casa resonó alguna vez
una historia, una leyenda de la que Tú, Señor, eras protagonista. Desde un
pueblo de Sevilla, se urdió una trama mediante una carta falsa del Arzobispado
que sirvió como pretexto para arrebatar tu presencia. Contaban en casa que el
sacristán de entonces presenció cómo te subían en una furgoneta, dio la voz de
alarma al Alcalde, quien con firmeza dispuso un taxi, y con su vara de mando se
lanzó en tu rescate. Ya cercano a Sevilla, en el pueblo de Arahal, consiguieron
detener aquel vehículo que intentaba separarte para siempre de nosotros. Fuiste
devuelto, sano y salvo, a tu morada, de donde nunca debiste salir.
Este episodio atestigua la
inconmensurable valía que posees para nosotros, mi Señor de la Humildad.
Intentaron despojarte de nuestro pueblo, y sin ti, nuestro Jueves Santo no
sería el mismo.
Tu imagen me estremece, pues
evoca ese momento culminante: Te encuentras solo, aguardando un desenlace que
no mereces. No obstante, Señor, en tu semblante se refleja una entereza y
serenidad propias de aquel que experimenta el sufrimiento inminente en la cruz,
pero confía en que su Padre Dios no le abandonará. Mi emoción se desborda
cuando miro para atrás y te veo llegar, solemne, majestuoso, pausado, sobre ese
monte de claveles que te alza para que te admiremos aquellos que te hemos tenido
lejos.
Ahora estáis reunidos, mi
Señor de la Vera-Cruz y María Santísima de la Esperanza a tu lado, Señor de la
Humildad. Avanzáis con parsimonia, al compás de la banda, inmersos en la
recogida oscuridad, con el esfuerzo de los hombres de trono meciéndoos de
manera reverente, hasta que la campana tocada por el capataz, resuene. En ese
instante, el corazón amenaza con salirse del pecho porque esa imagen merecedora
de estar en el altar de nuestros recuerdos es algo sublime, inolvidable,
indescriptible. Es preciso presenciarlo y atesorarlo en lo más profundo de nuestro
ser, disfrutarlo mientras honramos a aquellos que nos faltan.
La salida del Cristo cada año
se siente distinta, aunque igual de majestuosa, pero ahora, más triste…, porque
ellos, que tanto me enseñaron y tanto me acompañaron, ya no están conmigo.
Nos hemos ido dando el relevo,
unos a otros, y ahora me toca a mí. Tengo el honor y la responsabilidad de
inculcar a las generaciones que me siguen, esta bonita tradición, como a mí me
la enseñaron mi padre y hermanos.
Ya vamos por la cuarta
generación y aquí, “Los Mochas” seguimos todos juntos, cada Jueves Santo.
Durante la procesión,
recuerdo, como los vecinos de las calles del recorrido, nos abrían las puertas
de su casa, para ofrecernos café calentito y magdalenas, lo que siempre
agradecíamos enormemente.
A mi mente vienen recuerdos de
diferentes hermanos, cofrades. Como no recordar a Alonso “Gurrinita”.
Cuantos años se encargó él de
que no les faltase de nada a las Mantillas -“¡Niña!, ¿os hace falta agua?,
¿queréis un chicle?”
Y al llegar a la puerta de
Tolico, nuestra tradicional foto con las mantillas. ¡Qué ancho se ponía él, en
medio de todas!
Y Antonia la
"Topeta", ¿quién no la recuerda llevando el estandarte cada año, con
todos sus niños alrededor?.
Cuando llegábamos a la calle
la Cruz, mi madre ya tenía preparada la mesa, para que después del recorrido,
las mantillas, pudieran comer algo. Corriendo nos incorporábamos de nuevo a la
procesión.
-“¡Venga, ya solo nos queda el
último tirón!”
Se hizo lágrimas la noche
Al ver tu cara serena
Atravesada de pena
Sin elevar un reproche
Las velas en su derroche
Van consumiendo su vida
Yo en ellas estoy prendida
Esperanza es tu amparo
Amparo de desamparo
En tu rostro estoy perdida.
Mi voz se quiebra en la noche
Al ver tu cuerpo vencido
En esa cruz malherido
No sabe ponerle un broche
La saeta no es un derroche
Es expresión de dolor
Es un canto al Redentor
Y al no cantar yo te rezo
Te canto con este verso
En el que llevas mi amor
Tras subir y bajar la calle
Harina llegaba ese final que no queríamos que mocurriera. –“¡Hasta el año que
viene, si Dios quiere!” susurraban antes de llegar a la plaza. El paso lento de
nuestros titulares se acerca al dintel de la puerta de la iglesia. Cada momento
es sobrecogedor, cada persona con sus recuerdos, cada hermano con sus anhelos,
pensando en aquellos seres queridos que ya no están, pero que nos acompañan
cada Jueves Santo.
Cruz, Esperanza y mantilla,
símbolos que no se pueden perder, que me han acompañado a lo largo de mi vida,
¿qué más puedo pedir? Me siento afortunada. Concededme, Santísimo Cristo de la
Vera-Cruz y María Santísima de la Esperanza poder seguir sirviéndoos y guiando
a los míos en esta bendita tradición. Ayudadme y dadme la fuerza necesaria para
no fallaros
MAÑANA DE JESUS
¿Quién llama?
-Los hermanos de Jesús
Nazareno.
¿Qué queréis?
Honrar a nuestro sagrado
Titular
Santo y seña…
Jesús murió y resucitó por
nosotros.
¡Abrir la puerta!
(MÚSICA)
El día grande de mi casa, se
prolonga desde el Jueves Santo hasta el mediodía del viernes.
Desde niña la mañana de Jesús
fue muy importante en mi casa. Mi madre, nazarena de corazón, se le llenaba la
boca e inundaban los ojos, cuando hablaba de su Jesús.
No importaba la edad que
tuviese ni a la hora que me acostase, la salida de Jesús no se podía perder.
Así que desde bien temprano, ahí estábamos, en la plaza, en primera fila, para
verlo salir.
Salida inigualable, con esa
emoción que te invade el corazón, cuando escuchas la banda tocar, y al mismo
son va apareciendo, junto al sol, como si fuese saliendo por sus propios pies.
¡Qué afortunada y agradecida
me siento, cada mañana del viernes Santo, al verte salir!
Al casarme tuve la suerte de
seguir la misma tradición que en mi casa, siendo Curro “jesuista”, seguimos también,
cada mañana del Viernes Santo, con mis niñas, de nazarenas.
Que orgullosa debe de sentirse mi madre,
porque aun siguiendo fieles al Santísimo Cristo de la Vera Cruz y María
Santísima de la Esperanza, la mayoría de nietos y bisnietos se visten, hoy también,
de túnicas Nazarenas.
Culminamos la salida de Jesús,
con ahora ya, nuestro tradicional desayuno nazareno, junto a mis hermanas y
sobrinas, en casa de mi Rosi. Para desde allí podernos asomar al balcón, verte
pasar, Jesús Nazareno, mirarte cara a cara y agradecerte un año más poder
disfrutar de tu presencia en familia
DOLORES SALIDA – SALVE
Ha roto el amanecer
Con flores y mantillas
Ángeles a sus costados
Bordan encajes con la brisa.
Apacible el horizonte
Te saluda en pleno día
Cuando con pasos tranquilos
Hacia la calle caminas.
Buscando el pueblo sereno
Desde tu casa bendita
Donde te espera tu Hijo
Con su paciencia infinita
Que entre cuentas dolorosas
Se le esté yendo la vida.
La mañana os mirará
Entre brumas encendidas
Quiere saber qué os contáis
Al son de la seguiriyas
Que salen de las gargantas
Encendiendo las pupilas
Mientras el palio al compás
de tus doradas bambalinas
me deja entre ver dos rostros
por la pena consumida.
Un año más frente a frente
Un año más que se miran
En un amanecer tranquilo
Entre luces de agonía
Dolorosa que eres la reina
Eres la luz de nuestras vidas
Eres la aurora, nuestro sol
Eres la gracia concebida.
Dolores bajo tu pena
Dolorosa travesía
Cuando suenen las campanas
Volverá a ti la alegría
Lucero del viernes santo
Madre de la infancia mía
Vuestras miradas se funden
En esta mañana fría
Un año más que mi pueblo
se esconde por las esquinas
llorando su amarga pena
al contemplaros Pasión divina
Un año más que al miraros
Vuelvo a ser de nuevo niña.
Como decía un sabio pregonero
de Sevilla:
-Despójate de todo lo que
tengas y abre de par en par las puertas y balcones de tu casa.
Si no eres capaz de ayudar, de
aprender a perdonar, eres simplemente un fantasma vestido de penitente,
protagonista de una farsa.
Vamos a aprender de errores,
que para ser un buen “serrano” solo hay que ser buen cristiano y aquí los hay a
montones.
Noche del Viernes santo, noche
de meditación, noche solemne, cerrada, noche de duelo.
En las calles de mi pueblo van
surgiendo capas blancas en señal de devoción.
El silencio se funde con el
fervor, muerte y pasión entrelazados, mientras los hermanos en las calles con
tímidos cirios iluminan la procesión.
Con encajes de Pasión
Se está vistiendo mi villa
Encajes de blonda negra,
Chantillí, fina mantilla,
Que se ciñe sobre el rostro
De su belleza sencilla
Soledad es una mujer
Que todo aquel que la mira
Queda prendido en sus redes
Y se rinde de por vida
Soledad viste de negro
Por amor y cortesía
Hacia el Hombre Dios que muere
Por nuestra gran villanía
Soledad es bella mujer
Que viste de forma sencilla
En noche de primavera
Toda su gracia infinita
Su dulzura, su prestancia,
Salero y categoría
Con encajes de pasión
Viste cada año mi villa.
María en su Soledad camina con
respeto y serena esperanza, los ausentes se sienten presentes en cada lágrima
que María derrama.
Fundidos todos en negro luto
con el sordo tañer de las campanas, hermanos y hermanas cofrades la acompañan,
con un mudo sentimiento de desolación.
En el Santo Entierro la
procesión se tejen con hilos de respeto, de culto, de silencio, de hermanos con
rostros cubiertos en el negro de la noche, escondidos, cobijados con la sombra
del dolor, caminan con paso decidido.
Es Semana Santa en esencia
pura, la pasión, la muerte, la esperanza. Es nuestro Santo Entierro de Cristo,
que cierra nuestra Semana Santa.
En el trasfondo de la Semana
Santa en la que con devoción y solemnidad hemos conmemorado la pasión y muerte
de nuestro Señor Jesucristo, emerge un luminoso domingo de resurrección en
nuestro bonito pueblo.
Con la convicción de que esta
historia que conmemoramos cada año no podía concluir en la oscuridad del
Viernes Santo, nos sumergimos en la esperanza que Él mismo nos prometió:
resucitar al tercer día.
Es en este día radiante y
lleno de significado que desplegamos la presencia misma de Jesucristo por
nuestras calles, portado en custodia, bajo un palio que otorga solemnidad a la
ocasión. El pueblo, representado en su plenitud por todas las hermandades, se
congrega en un acto de comunión y fervor. Estandartes llevados con elegancia, directivos
que acompañan la procesión, y cada alma dispuesta se une para celebrar con
júbilo la resurrección, proclamando que este renacer es el regalo supremo que
nos brinda la fe.
Nuestro querido Jesucristo,
más vivo que nunca, avanza entre las calles de Sierra de Yeguas, testigo de la
devoción palpable en cada paso. En esta jornada radiante, nos sumergimos en un
ambiente de alegría contagiosa, impregnado de la solemnidad que merece tan
sublime momento. Vestidos con nuestras mejores galas, en nuestras acogedoras
casas de hermandad, compartimos risas y vínculos fraternales.
Sierra de Yeguas es un pueblo
de tradiciones arraigadas, quizás no seamos maestros en muchas cosas, pero lo
que sí sabemos hacer a la perfección es celebrar. Celebramos con entusiasmo desbordante
que nuestra amada Semana Santa ha llegado a su fin de la manera más grandiosa,
con la resurrección triunfal de Jesucristo. En cada rincón, el eco de nuestra alegría
resuena, recordándonos que la luz ha vencido a la oscuridad, y la esperanza ha
florecido con renovada fuerza en nuestro corazón.