Por estas fechas del Adviento
recibimos felicitaciones de Navidad de nuestros familiares y amigos, de
comunidades e instituciones diversas, civiles y eclesiásticas. Es una costumbre
muy hermosa, que colabora al ambiente festivo navideño, une a las familias y a
veces a personas que apenas se relacionan durante el año. Pero sobre todo es
costumbre muy buena porque da una ocasión preciosa para confesar la fe en
Jesucristo, nuestro único Salvador.
“Un solo nombre, el de Jesús,
nos ha sido dado bajo los cielos en el que podemos ser salvados”.
Llegan a veces felicitaciones
de origen ignoto: no traen remite en el sobre y vienen firmadas, por ejemplo,
por Teresa; lo que viene a significar: ¿Qué Teresa pueda haber para usted, sino
yo?… (Quizá confíe la firmante en que la reconozcamos por la letra o, quién
sabe, por la voz). También recibimos felicitaciones de empresas, bancos y
asociaciones que, sin tener conocimiento personal del destinatario, nos declaran
su afecto, a veces nominalmente –«Estimado Don o Doña..»: conmovedor–, al paso
que nos ofrecen sus servicios o simplemente nos publicitan (el DRAE admite el
término) su existencia.
“El Señor Dios le dará el
trono de David, reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reinado no
tendrá fin”.
Llegan tarjetas en formas y
estilos diversos, dípticos, simples postales, trípticos, estampas alargadas, y
de vez en cuando tarjetones enormes, quizá con dorados y letras en relieve, que
bien podemos calificar de desmesurados. A veces las felicitaciones de Navidad
–abandonen toda esperanza de que use la palabra christmas– nos traen obras de
grandes pintores antiguos o modernos sobre temas religiosos, fotografías de
retablos o de belenes. No faltan los dibujos infantiloides, hoy de moda –no
conocidos jamás, felizmente, en la historia del arte cristiano– en los que
Jesús, María y José aparecen caricaturizados con apariencia de monigotes o
payasos, muy simpáticos en la intención del autor.
Sobre ti, Jerusalén, amanecerá
el Señor, y todos los pueblos caminarán a su luz.
Llegan también, aunque pocos,
desmesurados tarjetones carísimos, muy grandes, mitad o dos tercios de A4,
impresos en calidad óptima. No costarán menos de tres o cinco euros, con su
sobre de medida propia y su franqueo postal especial. Proceden a veces de
ciertos eminentes Eclesiásticos y de grandes Instituciones católicas, que al
parecer estiman estos supertarjetones como una expresión adecuada de su
altísima dignidad e importancia. Es cierto que ha de ser la virtud de la
prudencia la que en cada cuestión, considerando posibilidades y circunstancias,
decida el medio que debe elegirse para el fin pretendido: en este caso,
felicitar las Navidades. Pero no olvidemos que la prudencia cristiana debe integrar,
por supuesto, en sus discernimientos el espíritu de la pobreza evangélica.
Hoy os ha nacido un Salvador,
que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Y ésta os será la señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre: en un
pesebre de animales.
Pue lo dicho, llegan tarjetas
y tarjetas, felicitaciones y felicitaciones, y como viene siendo habitual
nuestra hermandad y su Junta Directiva no quiere dejar pasar la ocasión para
desearle a sus hermanos los mejores deseos, las mejores bienaventuranzas… para
ello os adjuntamos la tarjeta de felicitación que nuestra hermandad a preparado
y para mantener ese espíritu de pobreza y a la vez de congratulación con los
demás aprovecharemos las ventajas de la redes sociales para hacerlas llegar a
cada uno de vosotros.
Feliz Navidad y Próspero Año
Nuevo 2.019.
A medida que busquemos a
Cristo, lo encontraremos, sigámosle, y tendremos el espíritu de la Navidad, no
un sólo día fugaz al año, sino como un compañero para siempre. (Thomas S.
Monson)
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